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¡Vente pa'l Monu!

Alan Hernani Herrera Analista

Los lugares, al igual que las personas, tienen una trayectoria de vida que se puede seguir a través de acontecimientos fundamentales, sin embargo, y como siempre, lo que sucede cotidianamente es lo que constituye esos trayectos. Es en este caso, y en la víspera de una fecha algo simbólica, que viene a mi imaginación el Monumento a Benito Juárez que desde su inauguración ha sido testigo del ir y venir de una ciudad viva.

El “Monu”, como entre la gente de Juaritos se le conoce, es una silueta grabada en la memoria colectiva desde su inauguración en 1910, como parte de los festejos del centésimo aniversario de la Independencia. Fue el propio Porfirio Díaz quien hizo la inauguración de las obras un año antes. Solo hay que imaginar esos días, donde la pequeña ciudad se veía tocada por el Porfiriato. Las fotografías dan cuenta de pomposos vestidos y sombreros de copa con tupidos bigotes. Toda esa crema y nata contrastaba con los sobrios atuendos del pueblo.

Más o menos así fue la estampa primera de ese Monumento que a día de hoy nos sigue recordando nuestro gentilicio. Y mucho se podrá discutir sobre “Bomberito” Juárez, cosa que nos da para escribir libros. Lo que pretendo abordar es la presencia de ese espacio tan característico y reproducido. Hoy por hoy es en el “Monu” que se puede esperar en los andenes de las ruteras para salir del centro e ir prácticamente a cualquier parte de la ciudad. Diariamente hay un confluir de gente que se traslada todas las mañanas a sus trabajos. Luego está que ya es punto fijo para las maquilas y su reclutamiento de personal, donde las carpas y cartulinas anuncian el “paraíso” prometido de la industrialización.

No puedo omitir aquí a esos habitantes con alas: palomas, gorriones, chanates y cuervos. Tales huéspedes voladores se hacen presentes desde la entrada del alba y encuentran en los huecos del mármol del Monumento un lugar para anidar. Podríamos imaginar cuantas historias no habrán conversado con la vieja figura de bronce con la Luna por testigo. Y junto a esas palomas cuántas infancias no han correteado. Además las parejas abrazadas como tórtolas o la señora de pañoleta y cabello de mármol que diariamente lleva algo de alpiste se han hecho parte de ese hábitat urbano.

En contraste con las palomas y su gorgoreo arrullador, las manifestaciones y protestas han tomado por asalto esa plaza histórica. Simplemente hay que voltear a estos últimos años con el movimiento feminista y cómo ese espacio se ha revestido de violeta y verde, resignificando y trasgrediendo símbolos. Eso demuestra las dinámicas sociales como algo en constante transformación, donde las comunidades definen y se apropian de un lugar que debe tener por función social visibilizar los acontecimientos cotidianos y coyunturales de la ciudad.

No puedo dejar pasar que uno de los días ya de tradición para visitar el emblemático parque son los domingos. Día donde ceremoniosamente el Bazar alza sus carpas y tiende sus antigüedades a la vista de quien pudiera comprar algo que no se buscaba, pero llegó de sorpresa. Asimismo, los Ex Braceros de esta frontera se han reunido desde hace más de dos décadas exigiendo el pago justo por su trabajo en Estados Unidos, sus mantas y puños alzados reviven al General Zapata. Por otro lado la biblioteca del “Monu” pone sobre sus mesas las viejas piezas de ajedrez, mientras se disfruta de un buen café. Así, los moros y pinos cobijan de sombra gran cantidad de expresiones culturales a lo largo del año.

Cuántas veces no ha sido capturado ese mono de bronce, tan conocido que solo basta decir el “Monu” para reconocer a qué se refiere. Personalmente, una de mis postales favoritas es aquella que puede ser encuadrada desde la calle Madero, donde antiguos pinos encausan la mirada hacia la estructura grisácea que roza con las nubes y se cubre de un azul brillante. Definitivamente el “Monu” seguirá siendo el teatro de la vida para nuestra ciudad.

OPINIÓN

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2023-03-20T07:00:00.0000000Z

2023-03-20T07:00:00.0000000Z

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